Gente de México

Rúbrica

Monica y Cusco

Un mexicano en Perú

por Mónica Lavín

Soy mexicano, eso nunca se olvida. Esta tierra se lleva en la sangre. La tierra es más que un punto geográfico del planeta; la tierra llama, porque la tierra es gente, la tierra son rostros, la tierra son corazones, la tierra son historias tejidas alrededor de una mesa -una comida, ciertos olores, sabores, ciertos tonos de voz, música de fondo, abrazos, despedidas.

Soy mexicano, y por muy lejos que esté de casa, mi corazón nunca dejará de latir por mi familia. Nunca dejaré de emocionarme al escuchar mi himno nacional o al ver ondear mi bandera, nunca dejaré de sentir añoranza al escuchar un"México lindo y querido... " Nunca olvidaré a mis amigos cercanos, que me han conocido muy bien y que seguirán siendo parte de mí... un mexicano en el Perú.

Han pasado 20 años desde que dejé mi país, con las maletas cargadas de expectativas. Hace 20 años, la empresa española para la que trabajaba vio algo en mí y me dio la oportunidad de construir mi carrera profesional en esta complicada, pero hermosa tierra inca.

Nunca imaginé lo que me esperaba. Nunca imaginé conocer al hombre que hoy es mi compañero de vida y el padre de mis hijos, un esposo amoroso con el que hemos construido tanto... vivido tanto... Y aquí estamos: un hogar bicultural, donde a veces los frijoles son al estilo peruano y a veces al mexicano... Donde se canta una ranchera y se disfruta una marinera, donde discutimos qué ceviche es el mejor y qué tequila o pisco es mejor, pero al fin y al cabo, donde se aprende a valorar todo, aquí y allá.

Nunca imaginé que construiría mi vida aquí en el Perú, ni que aquí crecerían mis hijos, ni que aquí llegaría a ocupar la Gerencia General de una empresa transnacional; que mi Perú me daría amigos que se convirtieron en mi familia de corazón.

Hay recuerdos de una tierra mezclados con la otra, como la vez que, en el marco de la Regata del Bicentenario "Velas Sudamérica 2010", visité el Velero Cuauhtémoc en el Puerto del Callao que es un buque escuela de la Armada de México, también conocido como el Embajador de México y Caballero de los Mares. Nunca olvidaré cómo al entrar al barco un elegante miembro de la Marina me dijo "¡Bienvenido a México!" Mientras escuchaba a los mariachis tocar y a pesar del frío viento del Pacífico Sur, pude sentirme arropado por mi país una vez más.

Imposible olvidar los festejos de nuestra Independencia, donde cada año gritamos "¡Viva México! ¡A casi 5000 kilómetros de distancia y sin dejar de sentirnos cerca, también ha sido un placer colaborar con nuestra Embajada llevando por más de 15 años un pedacito de mi país a través de ofrecer Festivales Gastronómicos y Culturales Mexicanos, y siempre, siempre con gran orgullo de mostrar el país a los demás!

Gracias, México, por verme nacer, por verme crecer. Gracias, Perú, por completarme de una manera tan hermosa. Gracias, Dios, por estar ahí conmigo, vaya donde vaya.

En la vida, uno busca su propio camino; uno busca llenar su corazón, el amor, la familia, las amistades, los viajes, las experiencias, el trabajo; todo es parte de la vida, pero en mi caso, se me dio un sueño, un sueño que recibí por fe. Después de vivir una vida llena del fruto de nuestro trabajo, mi esposo y yo decidimos venir, más alto, no sólo en altura llegando a los 3,300 metros sobre el nivel del mar en medio de los Andes peruanos, sino más alto en propósito; un propósito que no era sólo para nosotros, sino para aquellos donde poco va, donde poco llega, donde mucho falta, donde mucho se necesita.

Y así, hace casi tres años dejamos nuestros trabajos, dejamos la bella Lima, la Lima moderna, la Lima de tantas opciones, para venir a Cusco, el ombligo del mundo. Cusco es conocido por su Machupicchu, su Sacsayhuaman, su Inti Raymi, su Centro Histórico, el Valle Sagrado de los Incas, su sal de Maras, su cacao, su gente emprendedora y pujante y tantas cosas hermosas.

Pero el Cusco no es sólo el sueño de todo viajero y más. El Cusco es también el Cusco de miles de niños que viven en extrema pobreza, que sobreviven entre maíz, papas y cuyes, pero con anemia. Un Cusco que los cobija con un sol radiante de día, pero que no les alcanza para resguardarse de las bajas temperaturas de la noche. Un Cusco donde la piel de sus mejillas, de sus manitas y de sus piececitos se rompe por el frío, por la sequedad. Un Cusco que duele, que cuando te acercas y entras bajo sus techos y ves lo poco que pueden seguir, te preguntas cuánto te sobra a ti y a los que conoces, cuánto te falta para entender que es mejor dar que recibir, cuánto has vivido creyendo que te hacía más falta...

Y en este Cusco, vivimos, siendo un puente entre los que abren su corazón generoso para dar y entre los que logran recibir. El trabajo y la dedicación de los cusqueños, que han creído que hacer algo por estos pequeños es hacerlo por el mismo Jesucristo, por los que creen en sus palabras recogidas en los Evangelios.

Niños que reciben comida, cobijo, zapatos, una cama nueva, colchas calientes, la oportunidad de ser atendidos por un médico, un dentista, tiempo para decir a sus tutores que no entienden la tarea y que necesitan ayuda, miradas de atención, de amor, que buscan reflejar a su Creador en estas pequeñas pero importantes vidas.

No sé cuánto tiempo estaremos aquí, porque nuestros hijos también tienen sueños que cumplir. Lo que sí sé es que dondequiera que vayamos mi familia y yo, mi corazón buscará siempre sembrar la esperanza del cielo, que es finalmente mi tierra eterna.

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