Gente de México

Rúbrica

Blanca Rosa y Carlos

Amor Chiquito: En esta vida y en la siguiente

Por Mónica Belén

Todos somos vecinos de este mundo durante un tiempo. Vamos y venimos incesantemente en el viaje de la vida. A veces, coincidimos con personas que anhelan lo mismo que nosotros y otras veces no, pero de todos ellos, de esos instantes que nos parecen fotografías eternas -poseemos experiencias y emociones que se quedan grabadas en lo más profundo de nuestro ser y que sin dudarlo nos acompañan siempre- en esta vida y en la siguiente. Como ellos...

Se llamaba Blanca Rosa, o como la llamaban todos sus sobrinos: Tía Rosy, la menor de once hermanos que en un lejano 1930 había nacido en esa tierra mexicana de clima extremo y grandes montañas llamada Nuevo León, muy al norte de México, muy cerca de lo lejano. De mediana estatura, ojos profundos color mar, piel de marfil, cabello rubio como el sol hasta la mitad de la espalda, manos finas y un cuerpo muy bello que mostraba curvas pronunciadas, era alegre pero discreta, no le gustaba salir con sus otras hermanas a caminar al centro de Guadalupe, el pueblo donde nació. Sus hermanos se dedicaban a otras tareas que nada tenían que ver con la casa. Sí sus hermanas, que con los años se habían convertido en maestras, seguían los pasos de la cocina que su madre enseñaba. Le gustaban los fogones de leña, el carbón la amaba, nadie como ella encendía con prontitud la hoguera que iniciaba el deleite del sabor. 

Sus manos eran hábiles en el arte de conocer los ingredientes naturales que requería cada platillo típico del norte mexicano -el cabrito, los frijoles a la charra, especialmente los deliciosos tamales de pollo-. Eran tantos los talentos en el deleite de la cocina que en conjunto la hicieron famosa entre la familia González. Con el paso del tiempo, se convirtió en una hermosa joven, mujer y experta en lo descrito. Cada una de sus hermanas se casó, poco a poco, sus hermanos también. Ella supervisaba los banquetes de boda, los bautizos, las confirmaciones y mucho más. Rosy, con el arte del buen paladar amaba a toda su familia. Con su bello rostro y figura, cautivó a muchos hombres, y a todos los rechazó. De alguna manera se olvidó de "elegir" con quién compartiría su vida. Pasaron décadas, sobrinos, sobrinos nietos, asistieron a los funerales de sus padres, de muchos de sus hermanos e incluso de algún que otro joven de mediana edad de la familia. Se quedó con las propiedades de su familia, incluida una hermosa casa frente a una gran escuela. Esperaba la muerte a los 81 años hasta que sonó el timbre...

"Buenas tardes, amable señora". Se asomó a la puerta. - Disculpe que la moleste. Soy Javier, uno de los guardaespaldas de la familia Garza-Sada. El hijo menor viene a la escuela delante de nosotros. Disculpe el atrevimiento pero... llevamos cinco horas aquí ¿nos permitiría usar su baño?" -dijo el joven con tristeza. Esperando una respuesta, se apoyó en la puerta. Rosy no veía bien, la edad pesa, por mucho que se esforzara, le parecía verle a través de un cristal empañado. "Lo siento, no puedo dejarlo pasar", dijo con voz tímida, cerrando la puerta. "Señora, sonó otra voz.-Por favor, discúlpenos, le pido con mucho respeto y desesperación que nos permita usar su baño, le dejaré mi identificación, lo que necesite, por favor". Un escalofrío recorrió la espalda de aquella mujer de 81 años, aquella segunda voz, con autoridad y dulzura retumbando en todo su ser. Intentó ver al hombre; buscó rápidamente sus gafas sin éxito. El hombre volvió a suplicar. La tía Rosy tembló, no de miedo, no de temor, sino como las estrellas que brillan frente al sol. Se apresuró a entrar en la casa para buscar sus gafas, ya que se dirigió a la puerta y ... abrió.

Uno a uno de los cinco hombres pasó con respeto y pulcritud a la casa de la anciana. Ella buscó al dueño de la segunda voz. "Gracias, dulce señora por el apoyo; nos ha salvado". Era él -ella lo miró fijamente, como si lo reconociera de alguna parte, pero no, era la primera vez que lo veía en toda su vida. "Soy Carlos, soy de Tamaulipas, estoy aquí desde hace un mes, trabajo para la familia...". "Sí, sí, lo sé", interrumpió nerviosa, temblando con la mirada atónita en aquel joven tan apuesto de piel morena, con profundos ojos verdes, de 31 años, vestido con un traje gris muy pulido y corbata azul. "Le pedimos disculpas, muchas gracias" Salieron de la casa. Ella cerró la puerta.

Por la noche la visitó su sobrina favorita, Rocío. "Tía, veo que estás distraída, ¿estás bien?" "Nada cariño, tengo mucho calor, eso es todo". "Tía, pero estamos en pleno invierno". Así pasaron los meses, los guardaespaldas en su gran camión negro seguían llegando a la escuela. Rosy los seguía desde la ventana de su dormitorio con su hermosa mirada azul, inquieta, pensativa. No podía quitarse a aquel joven de la cabeza. Un día salió y les ofreció agua, y al día siguiente les ofreció pan, hasta que fue una rutina ir a casa de Rosy a desayunar y comer cinco días a la semana. Carlos, era el más joven y el más amable con ella. La ayudaba a lavar los platos, a recoger la mesa y a limpiar su casa. Todos eran respetuosos y generosos con la anciana, a la que cada día le gustaba compartir con ellos el arte que la había hecho famosa: la cocina.

En varias ocasiones ocurrió que los compañeros de Carlos fueron testigos de cómo uno terminaba la frase del otro. Parecía que había telepatía entre ellos. En varias ocasiones, Carlos llamó a Rosy por la noche porque sentía que estaba triste o enferma.

Un sábado, Rocío, como cada semana, la visitó. "Tía, estás muy ocupada, ¿está todo bien?" "-Sí, sí cariño. Oye, quiero pedirte un favor, quiero que me compres esto". Mostró un papel. "Tía, ¿pero para quién son estas cosas?" Una triste tía Rosy respondió: "Para mí". Aquellas cosas eran compresas menstruales, y hacía unos meses que, por razones desconocidas, la querida tía Rosy, de 81 años, sentía que sus entrañas rejuvenecían. No, no se equivoquen, no ha pasado nada físico con ese joven, sólo se puede explicar como una alteración hormonal por la emoción de compartir el espacio cotidiano con él, o al menos así, algunos explican lo inexplicable. Aquí en México, tenemos un dicho para este tipo de casos extraños: "La hormona se alteró". Algo como algo alteró su estado más, y podría decirse que ese algo fue Carlos.

Rocío, la sobrina preferida, era confidente de su tía Rosy, que compartía con ella todo lo que como mujer llegaba a sentir. "Querida, ¿cómo es posible que a mi edad no pueda dejar de pensar en ese joven? Desde que escuché su voz siento que lo conozco; su olor me es tan familiar, como si hubiera estado conmigo toda la vida. Querida, ¿me estoy volviendo loca? Acabo de verlo y de alguna manera he sentido todo lo que nunca he sentido por ningún hombre. ¡Como si siempre lo hubiera estado esperando! Es MI AMOR CHIQUITO. El amor de mi vida". AMOR CHIQUITO, así lo llamó ella. Rocío no podía creer lo que su querida tía Rosy le confesaba. La escuchó con respeto, amor y ternura. "Tía, ¿por qué no le dices algo?", le preguntó. "No lo sé, no cariño o Dios me libre, soy una mujer mayor y él es un joven; no es el momento de empezar nada en una vida que está a punto de terminar. Sólo agradezco que se sepa, por fin". Aunque en lo más profundo de su ser, el sentimiento de ella como su mujer lo reclamaba.

Pasaron los años, hasta que el niño para el que trabajaban terminó la escuela. El último día de clase, los guardaespaldas llamaron a la casa de Rosy como de costumbre. Ella los recibió con el esperado desayuno. Javier, el jefe de todos, agradeció llorando a la bella mujer que estaba a punto de cumplir 84 años y como todos los años esa fecha era la más especial para celebrar. Se convirtieron en una especie de familia. Todos se despidieron, uno a uno, con lágrimas, regalos para ella. Carlos, la miró, tomó su mano izquierda y la besó; ese beso fue ferviente, como quien pone sus labios sedientos en el agua. Sus ojos se cerraron al mismo tiempo. Las lágrimas temblorosas, se aferraron a su mano, acarició su palma con su mejilla. La tomó entre sus dedos y se la llevó a la boca; la besó con ternura, con delicadeza, como quien besa una flor sutil con miedo a romper sus pétalos, a Carlos le temblaron las piernas; se encorvó cada vez más como el hombre poderoso que se vuelve niño cuando está ante el amor de su vida. "Blanca Rosa, Rosy - le tomó el rostro con la mano derecha, le pidió que abriera los ojos, le secó las lágrimas, se acercó a su oído derecho y le susurró con profunda esperanza: "En esta vida y en la otra". Sus miradas se encontraron, y con un profundo suspiro sus frentes se tocaron, sus manos se entrelazaron. Ella: "Gracias, mi tesoro". Él: "En esta y en la otra".

Se despidieron durante mucho tiempo sin ninguna insinuación erótica, la escena fue la más pura y tierna que se pueda imaginar. No hay chicos, no hay lágrimas, una foto todo. Y así fue, una foto. Carlos pidió una foto más pero a solas, junto a ella. Una foto.

Pasaron unos días y como siempre, la tan esperada visita. "Hija, Rocío, quiero pedirte un favor". "Sí, tía, dime" " Cuando me muera quiero que me entierres con esta foto". Tía, ¿y te lo ha dicho? "No, estará en la otra". La tía Rosy murió 15 días después de esta petición. Rocío cumplió su deseo, su descanso eterno está acompañado por esa foto de SU AMORcito junto a su pecho, ese amor que apareció 81 años después. Sí, la tía Rosy murió enamorada y correspondida. Asistió a su funeral; todos los familiares de la tía Blanca Rosa lo reconocieron por la foto, y se preguntaron quién era ese hombre misterioso. Rocío les dijo que era el CHIQUITO LOVE de la tía, y lo respetaron. Guardaron silencio cuando Carlos se acercó al ataúd; llevaba una rosa blanca, al igual que ella, y el mismo traje gris con corbata azul que llevaba cuando la conoció. Se acercó al cristal que los separaba y murmuró: "En esto y en lo otro..." 

Años más tarde, Rocío se encontró con Carlos en un parque; llevaba un niño en brazos y una niña de 3 años, eran sus hijos. Me contó que mientras hablaban, la niña se acercó. guapa, soy Rocío, una amiga de tu padre y ¿cómo te llamas?". " Hola, me llamo Blanca Rosa, pero mi padre me llama Rosy. " ... y sí, era Rosy, su pequeño amor.

Señora Blanca Rosa






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